Monumento a Ivan Krylov
Martishka, al verse en el espejo reflejado ,
llamó despacito al Oso con la pata:
“¡Mira – le dijo, – querido compadre!
¿Qué tiene esa cara?
¡Qué gestitos y saltitos!
Yo me ahorcaría de la angustia
si fuese apenas parecido.
Bueno, admitámoslo, hay cinco o seis
de mis comadres que hacen esos gestos,
es más, podría contarlos con los dedos”.
“¿No cuesta más contar, compadre,
que mirarse a uno mismo?”
le respondió Mishka,
Pero el consejo osuno cayó en el vacío.
Hay muchos ejemplos semejantes en el mundo:
nadie quiere en sátiras reconocerse.
Ayer mismo pude verlo:
que Juan no tiene las manos limpias,
todos lo saben,
de las coimas de Juan hasta se lee,
pero él lo culpa a Pedro de ladrón.
Moska y el Elefante
Paseaban al Elefante por la calle
al parecer para exhibirlo.
Se sabe que para nosotros
el Elefante es un animal salvaje,
así que una multitud boquiabierta lo seguía.
No se sabe de dónde, Moska fue a su encuentro.
Al ver al Elefante, se le puso adelante y empezó
a moverse y a ladrar,
a aullar y a gruñir;
así buscaba pelear con él.
“Vecino, deja ya de hacerte el tonto –
le dijo Shavka, -
¿acaso pelearás al Elefante?
Mira, tú ya estás ronco y él avanza
y tus ladridos lo tienen sin cuidado”.
“Eh, eh – le contesta Moska,
- ese me tanto ánimo me infunde
que yo puedo, sin pelear en absoluto,
atacar a los matones más grandotes.
Y así los demás perros dirán:
‘¡Ah, Moska! No saben qué fuerte es,
tan fuerte que le ladra al Elefante!’”